sábado, 28 de marzo de 2009

El submarinismo no es para todos

Ayer vi “21 días”, el programa de Cuatro de periodismo gonzo, en el que la periodista, esta vez, hacía el experimento de pasarse todo el día fumando porros. Lo primero, decir que tanto ella como el programa me parecen de lo mejor que puede verse en televisión. Pero lo que me enseñaron ayer no me convenció en absoluto. Los que sabemos cómo funciona el asunto lo tuvimos claro y no hizo más que corroborar algo evidente que todos los expertos en drogas y, por supuesto, el gran Escohotado, llevan diciendo desde hace años y que él, por enésima vez, repitió en el programa. No todo el mundo debería consumir drogas y obviamente, el cannabis, es una droga. En el programa nos mostraron dos ejemplos de gente que ha tenido serios problemas por el consumo de esta sustancia y que se ha visto obligada a acudir a centros de desintoxicación porque los porros afectaban su vida normal y les producían cambios de humor, paranoia y una serie de alteraciones mentales. Está bien que esta gente diera su testimonio. No había más que oírles para darse cuenta de que eran personas con una clarísima tendencia al desequilibrio emocional y mental que jamás deberían haber tomado ni cannabis, ni alcohol, ni anfetaminas, ni café, ni te ni probablemente chocolate del de comer. El mensaje es claro: los porros son una droga y, como tal, no debe consumirse hasta que las conexiones neuronales y la estructura cerebral esté totalmente formada (es decir hasta los 18-19 años) y cualquier persona que note que al probarlos le afectan negativamente debería dejar de consumirlos. En un programa de Dragó sobre enteógenos en el que participé, uno de los grandes expertos en la materia, Manuel Villaescusa, puso un ejemplo claro. No todo el mundo debe hacer submarinismo. La gente claustrofobia, problemas respiratorios o del corazón no deberían hacerlo, si lo practican corren un riesgo enorme, pero por ello no debe decirse que el submarinismo es malo ni debería prohibirse.
Pero es mensaje, aunque se dejaba intuir, no quedó del todo claro. Tendía más bien a considerar que el cannabis es malo, en general, sin especificar. Eso sí, excluyendo su uso terapéutico para enfermedades como el cáncer o la esclerosis múltiple, pero eso no es suficiente para explicar de verdad en qué consiste esa sustancia y para que la sociedad no dramatice y convierta en un conflicto, en un drama algo que no lo es. Señora, si su hijo es normal y tiene 20 años, no se preocupe porque fume porros o preocúpese, pero no más que si se toma unas cañas al salir de la facultad.
Yo eché de menos el testimonio de, al menos, una persona (por equilibrar) que lleve una vida normal y que consuma habitualmente cannabis. Conozco bastantes ejemplos. Gente con puestos relevantes, con hijos, trabajos de responsabilidad que, en algunos casos, fuman porros al acabar la jornada laboral, como el que se va de cañas, y en otros, cuando se trata de freelance que trabajan en casa, durante toda la jornada, sin que esto altere su productividad. Adultos que lleva 30 años haciéndolo y que probablemente, si no fumaran, tendrían que estar tomando ansiolíticos en algunos casos y en otros tendrían graves problemas de estrés o que simplemente fuman porque les gusta, les hace sentir bien y listo.
La periodista, claro, haciendo el reportaje, llegaba al extremo. Se pasaba literalmente todo el día, desde antes de desayunar, fumando, y su conclusión final era que esto le afectaba a la hora de rendir, de concentrarse…Evidentemente. Yo vi el reportaje con una persona que consume esta sustancia a diario y esa mismo ser humano, que lleva una vida normal y que no viste con chándal ni arrastra las sílabas al hablar, se quedó impresionado por el tamaño de los canutos que fumaba la reportera, la cual, en Ámsterdam, probó algunas de las especialidades más fuertes, con un efecto claramente alucinógeno, que nadie con dos dedos de frente consumiría para un uso que no fuera plenamente recreativo, es decir, un día que no tuviera ningún compromiso importante. Comentaba también, de camino a la entrevista con Escohotado, que era incapaz de hacerla en ese estado. Obvio. Si se hubiera tomado 6 cañas, tampoco estaría en condiciones de hacer una entrevista, en cambio quizá si se hubiera tomado una o fumado un porro menos cargado pues sí.
Hace unos días, otro de los expertos en el asunto, Dragó, comentó algo que la mayoría tomó como una “boutade” pero que yo creo que es una sugerencia de lo más lúcida. El dijo que una manera de acabar con la crisis mundial era acabar con el prohibicionismo de la droga. Vamos, que si los estados ganaran, como con el tabaco o el alcohol, un porcentaje (en blanco, no en negro, como hasta ahora) por la venta de drogas que el PIB aumentaría considerablemente… ¿Ya? Ya han pasado las risas, los comentarios jocosos etc, vale, pues ahora a lo mejor conviene reflexionar seriamente sobre el asunto.
A todo esto, yo no fumo porros. Tengo la tensión muy baja y me sientan fatal, por si alguien piensa que todo esta parrafada es una cuestión meramente personal.

domingo, 22 de marzo de 2009

Hacke, a sus pies


Hacía mucho tiempo que no veía una de esas actuaciones que te hacen sentir eufórica y te llenan la cabeza de ideas urgentes, que te impulsan a salir corriendo para encerrarte y pergeñar algo que se ha encendido y que imagino que es a lo que llaman inspiración. Supongo que a eso se referían algunos cuando hablaban de las musas, pero no me acabo de creer que la simple observación de una belleza provoque algo tan brutal como ver, por ejemplo, en directo a Alexander Hacke. Digo a Alexander Hacke porque tengo que reconocer que si en la actuación de acabo de ver en Gijón hubiera ido solo, sin proyecciones y sin Danielle de Picciotto, el efecto hubiera sido igual de impactante. Pero es evidente que Danielle es absolutamente genial, sus dibujos brillantes y que el espectáculo Ship of Fools es una delicia cercana a la genialidad gracias a ella, que podría decirse que es responsable de un 70% . Pero no voy a hacer una crítica de Ship of Fools, afortunadamente, la era de emitir juicios previo pago quedó atrás. Estoy hablando de otra cosa, de un asunto que va más allá de que Ship of Fools sea uno de los mejores shows que he visto nunca, hablo de lo que Alexander Hacke es capaz de hacer conceptual y físicamente.
Supongo que esto es como en la vida real. Hay gente con la que uno conecta desde el primer minuto, una conexión que tiene que ver con referencias culturales comunes, una actitud vital concreta, un sentido del humor y, quizá lo más importante y que resume todo eso, la ironía, que es donde se concentra todo. La risa provocada por algo muy sutil a lo que un accede únicamente si comparte códigos con el otro. Pues bien, con Hacke se dio la chispa. Dejemos a un lado su presencia escénica… O no, no la dejemos a un lado porque, es cierto, probablemente si Hacke no fuera así de imponente, sí imponente, aunque suene a película de Alfredo Landa, pero es que no hay otra palabra que lo defina mejor, el mensaje no sería tan efectivo. El jovencito altísimo y flaquísimo se ha convertido en El Hombre. Defíname Hombre, pues bien: el arquetipo del término: alguien viril, con un aire de autoridad (el uniforme de capitán de barco a lo Titanic ayuda) y una especie de seguridad que activa ese resorte que cualquier ser humano (y no me refiero a sólo a las mujeres) esconde en su inconsciente cuando piensa en un Hombre con mayúsculas y todas las letras. Ship of Fools es algo muy serio, pero está lleno de diversión casi gamberra. Por eso ellos son dos arquetipos, el capitán capaz de salvar del hundimiento el barco y ya no digamos a cualquiera a la deriva y la grumete delicada que mueve su falda con cancán inocentemente.
Hacke es consciente de que esa imagen es poderosa y por eso sus guiños kitsch, su manera de rozar referencias culturales que todos, incluso los más cool, incluido uno de los líderes de la banda de vanguardia extrema por excelencia, guardamos en nuestro interior. En Ship of Fools está concentrado todo su (y mi) imaginario. Y hay una falta absoluta de prejuicios. Hacke es la muestra de cómo la electrónica, la música pregrabada y manejar un aparatito diminuto que hace mucho ruido puede ser una experiencia tan brutal como ir al mejor concierto de rock del mundo. Cualquier otro, seguramente, parecería ridículo manejando la pantalla táctil de un secuenciador digital, pero el con las piernas abiertas, a lo Sid Vicious, lo trata como si estuviera tocando una guitarra eléctrica, a punto de tirarse por el suelo y tragarse el micrófono.
El espíritu del rock en estado puro y también de la música disco (aunque no haya ni una nota que remita a ella) y, por supuesto, del lounge cabaretero, más barato… Diversión en estado puro que remite a los bajos instintos: al sexo, la gula, la ira. Probablemente esa la cuestión y ahí reside el secreto de las musas que nos han vendido como algo espiritual. El resorte de los instintos más bajos es el que activa eso que llaman inspiración.